Una anécdota dice que la primera idea para un guión que se le ocurrió a John Waters surgió cuando era muy pequeño, mientras se encontraba presenciando la celebración de una misa y se divertía imaginando cómo los asistentes huían despavoridos mientras la iglesia era destruida por Gorgo, un gigantesco monstruo primo hermano del más popular Godzilla.
John Waters nació en 1946 en Baltimore, Maryland, uno de los puertos más importantes del Este de los Estados Unidos, que fue la cuna de Babe Ruth, tal vez el más famoso jugador de béisbol de su país, y la tumba de Edgar Allan Poe. Lugar donde, además, se encuentra la basílica de la Asunción, la primera catedral católica de los Estados Unidos, construida entre 1806 y 1821.
Como buen cinéfilo católico, el pequeño John creció viendo películas sexploitation, atraído por las sensacionalistas campañas de promoción. Ya desde entonces se diferenciaba claramente de los demás chicos de su edad. Y no era para menos: además de su peculiar gusto cinematográfico, el pequeño John estaba fascinado con la violencia, tanto real como de ficción. Uno de sus recuerdos infantiles favoritos es el de sangre verdadera derramada sobre el tapizado de un auto destruido por un truculento accidente, y al que no podía dejar de observar mientras fantaseaba con autos destruyéndose y arrojando cadáveres por doquier.
Ya en la adolescencia, mientras otros chicos se interesaban por cuestiones como el béisbol o las historietas, el joven Waters pasaba su tiempo leyendo la revista Variety (de la que es suscriptor desde los doce años), viendo furtivamente películas prohibidas para menores con binoculares en los autocines y coleccionado fotos e información sobre los más renombrados asesinos seriales de la historia.
Su extraño comportamiento terminó de convencer a los tranquilos vecinos de Baltimore de que el chico no era normal. Fue cuando comenzó a ser considerado como un freak, un raro.
Sin embargo, eso no impidió que se hiciera bastante popular animando fiestas infantiles, en las que montaba espectáculos de títeres, muchos de los cuales estaban inspirados por su más grande ídolo, el cineasta bizarro William Castle.
Porque si Waters ha reconocido entre sus influencias a cineastas tan disímiles como Russ Meyer, Otto Preminger, Hershel Gordon Lewis, Robert Bresson, Walt Disney, Pier Paolo Passolini, Andy Warhol, Jean-Luc Godard o Ingmar Bergman, fue William Castle, el hombre que aparecía en los estrenos de sus propios films en un ataúd, el que hacía firmar a sus espectadores un seguro de vida por si morían de miedo, el que colocaba extraños aparatos eléctricos debajo de las butacas o hacía volar esqueletos por la sala, el sumo pontífice del reino bizarro.
Con sólo dieciocho años pero muchas películas en la cabeza, a mediados de los sesenta Waters se consiguió una cámara, juntó a un grupo de amigos y salió a la calle para filmar su primer corto: Hag In a Leather Jacket. Rodado en 8 mm., según su autor el film costó unos sesenta dólares y exhibido en una cafetería de Baltimore recaudó tan sólo cuarenta. Le siguió Roman Candles, la primera de sus películas protagonizada por Divine, su actriz fetiche. En 1967 hizo su primer film en 16 mm. Eat your make up, la historia en la que un ama de llaves trastornada y su amante secuestran a modelos y las obligan a posar hasta que mueren. Mondo Trasho, su primer largometraje, se terminó en 1969 a pesar de que la producción se detuvo cuando el director y dos de sus actores fueron arrestadps por exhibicionismo.
Con ese único largometraje, y un puñado de cortos, ya Waters había fundado, en Baltimore, su propia factoría: Dreamland Studios,
Mientras tanto, proyectaba estos primeros engendros cinematográficos en bares o en el hall alquilado de pequeñas iglesias. Y de a poco fue haciéndose de un público fiel, con la ayuda del boca a boca y de las improvisadas campañas publicitarias que él mismo organizaba.
Al mismo tiempo, seguía consumiendo revistas de manera enfermiza (dicen las malas lenguas que su lista de suscripciones llega a casi ochenta publicaciones) y absorbiendo todo el cine que por entonces se estrenaba, sobre todo los films underground de la factoría Warhol y las experiencias de Kenneth Anger, pero también los melodramas de su admirado Douglas Sirk.
En 1970 completó lo que él llamó su "primer atrocidad en celuloide": Multiple Maniacs. El film cuenta la historia de Lady Divine y su amante, Mr. David, los propietarios de un circo que atrae a su público para ver la "cabalgata de las perversiones". Inspirado por su fascinación por los crímenes de Charles Manson --al punto tal que su protagonista es acusada en la ficción de asesinar a Sharon Tate--, con Multiple Maniacs Waters aumentó considerablemente su popularidad y, a la vez, empezó a ser considerado persona no grata entre las buenas conciencias de su ciudad natal. Tanto que hasta se lo ligó ideológicamente con el clan Manson. Lejos de amedrentarse, Waters, siempre fiel a sí mismo, dedicó su próximo film a varios de los siniestros miembros de ese clan. Fue en 1972, cuando creó una obra pionera en varios sentidos: con Pink Flamingos Waters obtuvo el título indiscutido de Rey del Trash y Divine, su protagonista, se convirtió en un personaje de culto, luego de la escena final en la que come verdadera caca de perro. Y el propio film se transformó, además, en el más célebre y exitoso de la escena del cine independiente norteamericano de los setenta.
Antes de terminar la década de los setenta, Waters filmó Female Trouble, la historia de una criminal (nuevamente Divine) que está tan desesperada por hacerse famosa que no encuentra otro medio mejor que convertirse en asesina, y Desperate Living, monstruosa comedia de lesbianas en clave de cuento de hadas.
Waters comienza los ochenta con Polyester, un melodrama kitsch en clave paródica que homenajea a su ídolo William Castle, creador del glorioso Odorama, en el que a los espectadores se les entregaba una tarjeta para raspar, que permitía oler lo mismo que los personajes, en una búsqueda de la felicidad amorosa a través de fragancias poco agradables. Con Hairspray, su siguiente film, Waters creó una extravagante comedia, casi de gran presupuesto, sobre estrellas adolescentes de los sesenta. La película fue un éxito de público y crítica, y estaba protagonizada por la entonces desconocida Ricki Lake, Deborah Harry (cantante de la banda pop Blondie), Jerry Stiller, Pia Zadora, Ric Ocasek y Sonny Bono, el inefable y excéntrico ex marido de Cher.El éxito de Hairspray le proporcionó el respaldo de Hollywood para su siguiente largo: Crybaby (1990), una sátira de las comedias musicales de Elvis Presley protagonizada por Johnny Depp. En 1994 estrenó Serial Mom, una comedia negra sobre una ama de casa con instintos asesinos protagonizada por una superestrella, Kathleen Tuner, que fue la atracción de la noche de clausura del Festival de Cannes de aquel año. Pecker, un film sobre bailarinas de striptease, acoso al vello púbico y fotografía aficionada, se estrenó en 1998. La protagonizaban Edward Furlong y Christina Ricci.
Ya instalado de lleno en la industria, Waters comienza el nuevo siglo con Cecil B. Demented, una acelerada comedia sobre el mundo del cine, que debe ser poseedora del récord absoluto en materia de citas y homenajes, que van desde Andy Warhol a Otto Preminger, de Sam Pekinpah a William Castle.
Finalmente, este año estrenó su último opus, A Dirty Shame, “una película con un sentido metafísico”, según el propio Waters, en la que reflexiona sobre el sexo en la sociedad norteamericana, a través de un grupo de vecinos, tranquilos y conservadores, a los que toma por asalto un grupo de hombres y mujeres de todas las edades que se han vuelto adictas al sexoAdemás de escribir y dirigir películas, Waters, es el autor de varios libros en los que, con su habitual genio, reflexiona sobre temas como la moda, el cine y su propia vida y obra: Shock Value, Trash Trio, Crackpot y Director's Cut.
Hoy, casi llegando a los sesenta, John Waters conserva su característico bigote finito, ése que comenzó a usar hace tiempo en honor de Little Richard. Lejos de ser considerado persona no grata como cuando escandalizaba a sus vecinos hacia mediados de los sesenta, actualmente es toda una personalidad en Baltimore , donde cada 7 de febrero, día de su nacimiento, se celebra el Día Waters. Además, en este año 2004, esa fecha fue la elegida por el prestigioso New Museum of Contemporary Art de Nueva York para inaugurar la exposición John Waters: Change of life, dedicada al Rey del Trash, en la que se mezclan fotografías, esculturas, y tres de sus primeros trabajos cinematográficos. La muestra incluye también una instalación de Vincent Peranio, decorador y director artístico de sus films, construida a partir de muchos de los objetos-fetiche que han definido la particular estética del director de Pink Flamingos.
Ya en 1994 Serial Mom --considerado su film más “industrial”— había tenido el honor de clausurar el Festival Internacional de Cannes.
Mientras tanto, John Waters, fiel a sí mismo, se ríe de tanta reverencia y tantos homenajes, más preocupado por conseguir el financiamiento para su próxima atrocidad, seguramente con su Baltimore como telón de fondo.