Cecil B. DeMented (2000)

Una estrella de Hollywood (Melanie Griffith) es raptada por un comando de cineastas extremistas y rebeldes liderados por el Cecil del título (Stephen Dorff).
Cada uno de estos desequilibrados lleva tatuado en distintas partes de su cuerpo: Andy Warhol, Herschell Gordon Lewis (rey del gore), Otto Preminger, Sam Peckinpah, Spike Lee, David Lynch, William Castle, Kenneth Anger, Sam Fuller, Almodóvar y Fassbinder.
¿Cuál es el plan? Filmar una película independiente llamada Belleza arrebatadora.
Claro que, mientras tanto, se entretienen atacando a los espectadores de una sala donde están proyectando Patch Adams al grito de “Víctimas de la publicidad”, o interrumpiendo en el set donde se está filmando la secuela de Forrest Gump.
Tanta acumulación de cita cinéfila, sumada a una puesta en escena descuidada, una banda de sonido estridente, un ritmo acelerado y una sucesión de bromas más bien pobres, hacen pensar en Cecil B. DeMente como un film fallido, el primer gran paso en falso en una obra bastante coherente.
Lejos de la sutileza para condenar lo peor de la industria burlándose de ella, como Waters nos tenía acostumbrados en varios de sus films, acá todo es superficial, obvio, remanido.
Si los productores que representan a la industria aparecen como personajes frívolos, superficiales y pusilánimes, no resultan menos desagradables –y en última instancia inofensivos-- los exaltados cineastas rebeldes que se proponen como su contracara.
Así, Waters parece caer en la impensada trampa de repetir, con su propia cámara, los mismos vicios del peor cine que, supuestamente, quiere denunciar.
Resulta extraño que en este film de madurez, un cineasta perspicaz como Waters no pueda traspasar la fachada de Hollywood para ver un poco más allá, para adentrarse en las verdaderas falencias que esconde la fábrica de sueños.
Si su intención era molestar a la industria, con Cecil B. DeMente Hollywood duerme tranquilo.