INTRODUCCION: ¿POR QUE JOHN WATERS?

Si bien es cierto que se trata de un artista de los llamados “de culto”, dueño desde hace tiempo de una cofradía de fans que cumplen religiosamente con las tareas que esto implica (coleccionar películas, libros, fotos, recortes, objetos varios, etcétera), sin embargo John Waters habita todavía ese limbo de los que aún son considerados “sospechosos”.
¿Es John Waters un verdadero artista?

¿Puede calficárselo de autor, dueño de un mundo propio, perseguidor de las mismas obsesiones?

¿De alguna manera su cine puede acercarnos pistas para entender un poco más nuestro mundo?

¿Continúa siendo en la actualidad ese cineasta provocador de los comienzos, que apareció promediando la decisiva década de los sesenta con un puñado de films que escandalizaban a sus vecinos de Baltimore primero y de muchos otros sitios después?

Este trabajo intenta responder algunas de estas cuestiones.

Con una aproximación a una época convulsionada, la de finales de los sesenta, cuando John Waters consiguió una cámara y salió a las calles de su Baltimore natal, y a la del cine que se hacía por aquellos años.

Con un análisis de la sensibilidad camp, una forma de entender el arte del cual, creemos, John Waters es un claro exponente.

Con una radiografía de John Waters que, a través de ciertos datos biográficos, muestra su recorrido vital y cómo éste se expresa a través de sus imágenes.

Con un análisis detallado de las particularidades estéticas y de las técnicas cinematográficas propias de su cine.

Con un apartado destinado especialmente a Divine (Harris Glenn Milstead), la inolvidable musa de John Waters, su actriz fetiche, una figura rutilante mil veces imitada y nunca igualada, que trascendió la obra del director para transformarse en una verdadera estrella de la contracultura.

Con el propio Waters expresándose a través de un conjunto de sentencias sobre temas aparentemente tan discímiles como el cine de Hollywood, la ironía, las cirugías estéticas que abundan en Los Angeles, el sexo, el cine independiente, la crítica, la fascinación por la violencia tan típicamente americana, la fama, y muchos más, todas ellas extraídas de entrevistas, conferencias y de textos autobiográficos del propio autor.

Y, en el último tramo, con un capítulo dedicado a reseñar todas sus películas.

En definitiva, este trabajo se propone echar una mirada sobre la obra de un artista controversial, muy posiblemente, a pesar suyo.

Un realizador paradigmático de una época en transformación, cuyo cine tal vez ya no moleste a la cultura establecida como lo hacía en los setenta, bendecido hoy como está tanto por la Industria (a la que retrató con una mezcla de ironía y adoración) como por la intelectualidad cinéfila (de la que se mofó y se sigue mofando).

Pero también, un director dueño de una mirada llena de humanidad, que es capaz de encontrar belleza hasta en un pedazo de mierda.


MARCO HISTORICO: LOS AÑOS 60 Y EL FIN DE UN SUEÑO

Cuando a finales de la década del sesenta John Lennon cantó “El sueño terminó”, no fueron pocos los que entendieron que esas palabras no se limitaban a evocar el fin de una aventura extraordinaria nacida alguna vez en un sótano de Liverpool que se llamó The Beatles.
Ciertamente, su sentencia excedía el final de un grupo que simbolizó toda una época para transformarse en el síntoma de toda una década: la de los sesenta.
Una década marcada por los cambios. Una década violenta y contradictoria, de profundas transformaciones políticas, sociales y culturales. La década que signó el fracaso de la enloquecida aventura bélica de los Estados Unidos en Vietnam, años en que se consolidó la revolución cubana, cuando estalló el Mayo Francés, el hombre llegó a la Luna, surgieron movimientos contraculturales (beatniks, black power, flower power, gay power, rock, hippies, drogas, psicodelia, feminismo).
Fue también una década de crisis de los valores tradicionales, la de los movimientos sociales, la de los nuevos avances y descubrimientos científicos y tecnológicos.
En cuanto al cine, en la década del sesenta la aparición del video y la impresionante expansión de la televisión amenazan de muerte a la industria cinematográfica. Y el éxito que obtienen superproducciones como Ben Hur (William Wyler, 1959), Doctor Zhivago (David Lean, 1966) o La novicia rebelde (Robert Wise, 1965) no logran engañar a nadie: las recaudaciones en Hollywood son las más bajas de toda su historia. Y hacia mediados de la década, el 80 por ciento de los films americanos se realizan al margen de Hollywood. Aparecen la teoría del autor con la Nouvelle Vague (Godard, Truffaut, Chabrol) y los nuevos cines europeos (Free Cinema, New American Cinema, Nuevo Cine Alemán), el modelo del film art y los jóvenes directores formados en escuelas de cine. Mientras los viejos maestros (Ford, Walsh, Hawks) comienzan a retirarse, la nueva generación de directores intenta una reformulación tanto de los géneros como de fundamentos estéticos y de contenido.
Los cuestionamientos a los tabúes sexuales (Perdidos en la noche, John Schlesinger, 1969), la violencia de los policiales (A quemarropa, John Boorman, 1967) y de los westerns (La pandilla salvaje, Sam Peckinpah, 1969), y las comedias irreverentes (Robó, huyó y lo pescaron, Woody Allen, 1969), marcan el signo de los tiempos.
Son tiempos de una mentalidad más liberal frente a las tradiciones. De rebeldía, de denuncia, de anticonformismo (Busco mi destino, Dennis Hopper, 1969). Hay como un espíritu anarquista que busca una ruptura generacional con la tradición más conservadora, con las convenciones burguesas y, por supuesto, con el cine anterior.
Estos y otros factores provocarán, hacia finales de la década de los sesenta y comienzos de los setenta, una serie de transformaciones que cambiarán para siempre a la industria cinematográfica.
Al mismo tiempo, la sociedad norteamericana se muestra consumista y voraz, fascinada con el bienestar que le brinda toda una serie de nuevos objetos, de invenciones que mejoran la calidad de vida.
Las estrellas del cine clásico –Humphrey Bogart, Greta Garbo, Marlene Dietrich— se reciclan también como objetos de culto dentro de ese espacio consumista. La muerte prematura de algunas de esas figuras (Marilyn Monroe, James Dean) los transforma en mitos que Andy Warhol inmortaliza en sus cuadros seriados.
Los años sesenta son los años del pop art, de la multiplicación y la copia. De un espectador modelo, que goza más con la representación que con lo representado. Un espectador culto que sabe apreciar la parodia y la ironía.
Hay una búsqueda del disfrute instantáneo, de lo divertido, de extraer placer y hacer deseable el mal gusto.
Son los tiempos del kitsch y del camp.
Son los tiempos de John Waters.

“EL CAMP”: LA SOFISTICACION DE LA SENSIBILIDAD MODERNA

“Es absurdo dividir a las personas entre buenas y malas. Las personas pueden ser encantadoras o desagradables”.

Oscar Wilde


Según la definición de la Enciclopedia Británica, el camp es “banalidad, superficialidad, afectación frívola, amaneramiento”.
Si como propone Blas Matamoro en su ensayo Kitsch y literatura (Saber y literatura, Ediciones de la Torre, Madrid, 1980), el kitsch consiste en un fenómeno de descentramiento, por el cual nos oponemos a lo considerado de “buen gusto” y colocamos la fealdad en lugar de la belleza, “si logramos extraer placer de lo feo, --de lo kitsch--, habremos conquistado un escalón en la escala que conduce al reino del camp”.
El camp es autoconsciente del kitsch. Por el contrario, el consumidor kitsch no es consciente del engaño cultural.
Al igual que el kitsch, el camp reproduce los efectos del arte pero no sus causas. Se opone al arte verdadero, es arte falso, un arte que parece arte y no lo es.
Implica una concepción del mundo en términos meramente de estilo, una experiencia continuamente estética.
Es la victoria del estilo por sobre el contenido, de la estética por sobre la moralidad, de la ironía por sobre la tragedia.
El camp es juego, es lúdico. Es una forma de deleite, que expulsa el enjuiciamiento y el prejuicio. Es un sentimiento “tierno”.
Invita a tomar en serio lo frívolo y ser frívolo respecto de lo serio. El arte camp es decorativo, privilegia la textura, la superficie sensual y el estilo por sobre el contenido. Andy Warhol confesaba: “si quieren saberlo todo sobre mí, observen las superficies de mis pinturas, de mis películas, de mí mismo, y allí lo encontrarán. No hay nada detrás”.
La esencia de lo camp es el amor a lo no natural, al artificio y a la exageración. Es un modo de ver al mundo como fenómeno estético. No en términos de belleza sino de grado de artificio, de estilización.
Existe una visión camp, una manera camp de mirar las cosas. Pero lo camp es también una cualidad perceptible en los objetos y en los comportamientos. El mundo camp es, por sobre todas las cosas, un mundo “visual”.
En cuanto al gusto sexual, lo camp implica ir en contra del propio sexo. No hay una relación entre el camp y el homoerotismo. El sexo a la manera camp defiende el concepto de intersexualidad que enunciara Susan Sontag, mediante el cual el placer es algo polimorfo, y donde “un seno tenso y un pene tenso resultan intercambiables”. Lo más hermoso de los hombres resulta, entonces, algo femenino y, por el contrario, lo más hermoso en las mujeres algo masculino. En el cine, la exagerada feminidad de Jayne Mansfield, Gina Lollobrigida, Jane Russell o Virginia Mayo, o la masculinidad exasperada de Steve Reeves o Victor Mature, son claros ejemplos de estrellas camp.

RADIOGRAFIA DE JOHN WATERS: EL CHICO RARO DE BALTIMORE

Una anécdota dice que la primera idea para un guión que se le ocurrió a John Waters surgió cuando era muy pequeño, mientras se encontraba presenciando la celebración de una misa y se divertía imaginando cómo los asistentes huían despavoridos mientras la iglesia era destruida por Gorgo, un gigantesco monstruo primo hermano del más popular Godzilla.
John Waters nació en 1946 en Baltimore, Maryland, uno de los puertos más importantes del Este de los Estados Unidos, que fue la cuna de Babe Ruth, tal vez el más famoso jugador de béisbol de su país, y la tumba de Edgar Allan Poe. Lugar donde, además, se encuentra la basílica de la Asunción, la primera catedral católica de los Estados Unidos, construida entre 1806 y 1821.
Como buen cinéfilo católico, el pequeño John creció viendo películas sexploitation, atraído por las sensacionalistas campañas de promoción. Ya desde entonces se diferenciaba claramente de los demás chicos de su edad. Y no era para menos: además de su peculiar gusto cinematográfico, el pequeño John estaba fascinado con la violencia, tanto real como de ficción. Uno de sus recuerdos infantiles favoritos es el de sangre verdadera derramada sobre el tapizado de un auto destruido por un truculento accidente, y al que no podía dejar de observar mientras fantaseaba con autos destruyéndose y arrojando cadáveres por doquier.
Ya en la adolescencia, mientras otros chicos se interesaban por cuestiones como el béisbol o las historietas, el joven Waters pasaba su tiempo leyendo la revista Variety (de la que es suscriptor desde los doce años), viendo furtivamente películas prohibidas para menores con binoculares en los autocines y coleccionado fotos e información sobre los más renombrados asesinos seriales de la historia.
Su extraño comportamiento terminó de convencer a los tranquilos vecinos de Baltimore de que el chico no era normal. Fue cuando comenzó a ser considerado como un freak, un raro.
Sin embargo, eso no impidió que se hiciera bastante popular animando fiestas infantiles, en las que montaba espectáculos de títeres, muchos de los cuales estaban inspirados por su más grande ídolo, el cineasta bizarro William Castle.
Porque si Waters ha reconocido entre sus influencias a cineastas tan disímiles como Russ Meyer, Otto Preminger, Hershel Gordon Lewis, Robert Bresson, Walt Disney, Pier Paolo Passolini, Andy Warhol, Jean-Luc Godard o Ingmar Bergman, fue William Castle, el hombre que aparecía en los estrenos de sus propios films en un ataúd, el que hacía firmar a sus espectadores un seguro de vida por si morían de miedo, el que colocaba extraños aparatos eléctricos debajo de las butacas o hacía volar esqueletos por la sala, el sumo pontífice del reino bizarro.
Con sólo dieciocho años pero muchas películas en la cabeza, a mediados de los sesenta Waters se consiguió una cámara, juntó a un grupo de amigos y salió a la calle para filmar su primer corto: Hag In a Leather Jacket. Rodado en 8 mm., según su autor el film costó unos sesenta dólares y exhibido en una cafetería de Baltimore recaudó tan sólo cuarenta. Le siguió Roman Candles, la primera de sus películas protagonizada por Divine, su actriz fetiche. En 1967 hizo su primer film en 16 mm. Eat your make up, la historia en la que un ama de llaves trastornada y su amante secuestran a modelos y las obligan a posar hasta que mueren. Mondo Trasho, su primer largometraje, se terminó en 1969 a pesar de que la producción se detuvo cuando el director y dos de sus actores fueron arrestadps por exhibicionismo.
Con ese único largometraje, y un puñado de cortos, ya Waters había fundado, en Baltimore, su propia factoría: Dreamland Studios,
Mientras tanto, proyectaba estos primeros engendros cinematográficos en bares o en el hall alquilado de pequeñas iglesias. Y de a poco fue haciéndose de un público fiel, con la ayuda del boca a boca y de las improvisadas campañas publicitarias que él mismo organizaba.
Al mismo tiempo, seguía consumiendo revistas de manera enfermiza (dicen las malas lenguas que su lista de suscripciones llega a casi ochenta publicaciones) y absorbiendo todo el cine que por entonces se estrenaba, sobre todo los films underground de la factoría Warhol y las experiencias de Kenneth Anger, pero también los melodramas de su admirado Douglas Sirk.
En 1970 completó lo que él llamó su "primer atrocidad en celuloide": Multiple Maniacs. El film cuenta la historia de Lady Divine y su amante, Mr. David, los propietarios de un circo que atrae a su público para ver la "cabalgata de las perversiones". Inspirado por su fascinación por los crímenes de Charles Manson --al punto tal que su protagonista es acusada en la ficción de asesinar a Sharon Tate--, con Multiple Maniacs Waters aumentó considerablemente su popularidad y, a la vez, empezó a ser considerado persona no grata entre las buenas conciencias de su ciudad natal. Tanto que hasta se lo ligó ideológicamente con el clan Manson. Lejos de amedrentarse, Waters, siempre fiel a sí mismo, dedicó su próximo film a varios de los siniestros miembros de ese clan. Fue en 1972, cuando creó una obra pionera en varios sentidos: con Pink Flamingos Waters obtuvo el título indiscutido de Rey del Trash y Divine, su protagonista, se convirtió en un personaje de culto, luego de la escena final en la que come verdadera caca de perro. Y el propio film se transformó, además, en el más célebre y exitoso de la escena del cine independiente norteamericano de los setenta.
Antes de terminar la década de los setenta, Waters filmó Female Trouble, la historia de una criminal (nuevamente Divine) que está tan desesperada por hacerse famosa que no encuentra otro medio mejor que convertirse en asesina, y Desperate Living, monstruosa comedia de lesbianas en clave de cuento de hadas.
Waters comienza los ochenta con Polyester, un melodrama kitsch en clave paródica que homenajea a su ídolo William Castle, creador del glorioso Odorama, en el que a los espectadores se les entregaba una tarjeta para raspar, que permitía oler lo mismo que los personajes, en una búsqueda de la felicidad amorosa a través de fragancias poco agradables. Con Hairspray, su siguiente film, Waters creó una extravagante comedia, casi de gran presupuesto, sobre estrellas adolescentes de los sesenta. La película fue un éxito de público y crítica, y estaba protagonizada por la entonces desconocida Ricki Lake, Deborah Harry (cantante de la banda pop Blondie), Jerry Stiller, Pia Zadora, Ric Ocasek y Sonny Bono, el inefable y excéntrico ex marido de Cher.El éxito de Hairspray le proporcionó el respaldo de Hollywood para su siguiente largo: Crybaby (1990), una sátira de las comedias musicales de Elvis Presley protagonizada por Johnny Depp. En 1994 estrenó Serial Mom, una comedia negra sobre una ama de casa con instintos asesinos protagonizada por una superestrella, Kathleen Tuner, que fue la atracción de la noche de clausura del Festival de Cannes de aquel año. Pecker, un film sobre bailarinas de striptease, acoso al vello púbico y fotografía aficionada, se estrenó en 1998. La protagonizaban Edward Furlong y Christina Ricci.
Ya instalado de lleno en la industria, Waters comienza el nuevo siglo con Cecil B. Demented, una acelerada comedia sobre el mundo del cine, que debe ser poseedora del récord absoluto en materia de citas y homenajes, que van desde Andy Warhol a Otto Preminger, de Sam Pekinpah a William Castle.
Finalmente, este año estrenó su último opus, A Dirty Shame, “una película con un sentido metafísico”, según el propio Waters, en la que reflexiona sobre el sexo en la sociedad norteamericana, a través de un grupo de vecinos, tranquilos y conservadores, a los que toma por asalto un grupo de hombres y mujeres de todas las edades que se han vuelto adictas al sexoAdemás de escribir y dirigir películas, Waters, es el autor de varios libros en los que, con su habitual genio, reflexiona sobre temas como la moda, el cine y su propia vida y obra: Shock Value, Trash Trio, Crackpot y Director's Cut.
Hoy, casi llegando a los sesenta, John Waters conserva su característico bigote finito, ése que comenzó a usar hace tiempo en honor de Little Richard. Lejos de ser considerado persona no grata como cuando escandalizaba a sus vecinos hacia mediados de los sesenta, actualmente es toda una personalidad en Baltimore , donde cada 7 de febrero, día de su nacimiento, se celebra el Día Waters. Además, en este año 2004, esa fecha fue la elegida por el prestigioso New Museum of Contemporary Art de Nueva York para inaugurar la exposición John Waters: Change of life, dedicada al Rey del Trash, en la que se mezclan fotografías, esculturas, y tres de sus primeros trabajos cinematográficos. La muestra incluye también una instalación de Vincent Peranio, decorador y director artístico de sus films, construida a partir de muchos de los objetos-fetiche que han definido la particular estética del director de Pink Flamingos.
Ya en 1994 Serial Mom --considerado su film más “industrial”— había tenido el honor de clausurar el Festival Internacional de Cannes.
Mientras tanto, John Waters, fiel a sí mismo, se ríe de tanta reverencia y tantos homenajes, más preocupado por conseguir el financiamiento para su próxima atrocidad, seguramente con su Baltimore como telón de fondo.

HARRIS GLENN MILSTEAD, DIVINE. ACTRIZ FETICHE

Divine comenzó su carrera interpretando a una maníaca homicida y la terminó con el papel de una encantadora madre. Si eso no es actuar bien, ¿qué es? Especialmente considerando que sos un hombre.

John Waters

Otra anécdota, en otra Iglesia de Baltimore, muy parecida a aquella en la Waters imaginó su primera historia. El sacerdore reprende a un extravagante joven de nombre Harris Glenn Milstead que se empeña en leer los Evangelios en el púlpito luciendo un llamativo saco deportivo de color rojo furioso.
A ninguno de los sorprendidos fieles se le hubiera ocurrido entonces que ese muchacho voluminoso y excéntrico se convertiría, en pocos años, en Divine, reina indiscutida de la contracultura, una figura de culto, musa y actriz fetiche de John Waters.
Casi de la misma edad, ambos se habían conocido en las calles de Baltimore a mediados de los sesenta y, casi en seguida, Divine pasó a formar parte del grupo de secuaces de Waters que se transformarían en personajes de varios de sus films. Ya en su segundo corto, Roman Candles, de 1966, aparece Lady Divine y, desde entonces y hasta su muerte, ocurrida en Hollywood en 1989, fue la protagonista de casi todos los films de John Waters.
Pero fue con Pink Flamingos (1972) y su antológica escena en la que come caca verdadera de perro que Divine alcanzó una notoriedad vinculada con el exceso, la vulgaridad y los códigos más extremos de la cultura trash.
A partir de Polyester, estrenada a comienzos de los ochenta, comienza una nueva etapa en su carrera, en la que comienza a buscar nuevas formas de construir sus personajes, intentando demostrar que era realmente un buen actor y no sólo un travestido.
“Divine siempre adoró a Jayne Mansfield, y un poco se basó en ella para crear sus personajes”, confesó Waters en una entrevista. “Era un poco Jayne Mansfield y un poco Elizabeth Taylor. Era como una mezcla de cine clase B y revista Vogue.”
Lejos de la etiqueta de drag queen que alguna vez le colgaron, Divine nunca buscó aprovechar la confusión con una imagen femenina. “No queríamos que yo pareciese una mujer real, porque no lo soy. No puedo ni quiero serlo”, decía.
En todo caso, Divine representa el intento por recrear lo femenino. Intento siempre frustrado que es, por otra parte, un gesto esencial del camp: la sátira es divertida porque no hace ningún intento por imitar nada bien.
Si John Waters eligió a Divine como actriz fetiche (a la manera de Josef von Sternberg con Marlene Dietrich), fue porque representaba la idea de intersexualidad, donde le placer se encuentra precisamente en la unificación de los sexos. Esta exploración se aprecia claramente en la escena de la violación en Female Trouble, en la que Divine representa al mismo tiempo a Dawn, la mujer violada, y a Earl, el violador.
En 1985 Divine participó en el western trash Lust in the Dust (Al este del Oeste) de Paul Bartel y en el extraño film futurista El callejón de los sueños, de Alan Rudolph, interpretando un papel masculino: el poderoso gangster Hilly Blue, junto con Keith Carradine, Genevieve Bujold y Kris Kristofferson. .
En 1988 le llegó la consagración definitiva con Hairspray, otra vez de Waters, interpretando dos roles: uno masculino y otro femenino. El éxito fue tan definitivo que Divine se convirtió en una figura popular, grabó algunos éxitos dance y realizó performances en discotecas de todo Estados Unidos.
Su última actuación tuvo lugar ese mismo año, haciendo un breve papel en Out of the Dark, de Michael Schroeder, junto a Karen Black, el director Paul Bartel y el astro de la década del cincuenta, Tab Hunter, con quien ya había trabajado en Polyester.
Ese film, que Divine no alcanzó a ver, está dedicado a su memoria.

WATERS X WATERS

Homosexual
De la lista de cosas que soy, ser homosexual está en décimo lugar.

Financiación
En los viejos tiempos, para hacer mis películas tenía que pedir dinero prestado a algún mafioso y, si no lo devolvía, mi situación se volvía peligrosa. No creo que en Hollywood sea peor que en el cine independiente. Yo diría que es lo mismo, con la diferencia de que te pagan mejor.

Intereses
Puedes divertirte mucho criticando cosas que conoces bien, que te gustan. No me interesa perder ni un segundo hablando sobre algo que no me interesa. Hago películas sobre temas que me interesan de verdad.

Ironía
La falta de ironía es perjudicial para la salud.

Actitud
Nunca quise tomarme muy en serio. Y si no lo hice cuando era joven, tampoco pienso cambiar mi actitud ahora.

Hogar dulce hogar
En Baltimore encontré el espacio y las condiciones que necesitaba para producir mis películas. Estoy satisfecho con lo que hago y no tengo que rendirle cuentas a nadie.

Políticamente correcto
En secreto, pienso que mis películas son políticamente correctas, aunque no lo parezcan.

Industria
Lo mejor que tiene trabajar con un estudio es que te dan mucha comida gratis.

Aspiraciones
Me siento a gusto con las películas que escribo y dirijo, y no tengo intenciones de convertirme en un nuevo Steven Spielberg. Desde hace mucho tiempo dejé de tener tales aspiraciones. Lo único que me interesa es saber que podré tener financiamiento para mi próxima película.

William Castle
Cuando yo comencé, mi ídolo era William Castle. Yo quería ser él. Era el rey de los trucos. De niño, yo le rezaba a William Castle y, en las Navidades, quería sentarme en su regazo.

Sexo
El sexo continúa siendo una fuerza incontrolable entre los seres humanos, a la que no pueden oponerse las hipócritas reglas morales ni los convencionalismos políticos y sociales.



Ballet
El papá de Divine siempre me decía: “Vístanse de mujer todo lo que quieran pero, por favor, no vayan a convertirse en bailarines de ballet… porque eso sí me daría asco”.

Famosos
En Estados Unidos todo el mundo quiere ser famoso. Es una enfermedad típicamente estadounidense. Ya no se distingue la diferencia entre ser alguien destacado o simplemente famoso. Mi madre siempre decía que mi nombre nunca debía aparecer en un periódico, con tres excepciones: la noticia de tu nacimiento, la de tu boda y tu esquela funeraria.

Raros
Cuando David Lynch estrenó Twin Peaks y fue un éxito, los productores dijeron: “Traigan a los otros locos”: Recibí muchas llamadas preguntándome: “¿Quieres hacer algo para la televisión?”.

Sexo y violencia
La gente me pregunta: “¿qué deben incluir en sus películas los directores jóvenes?”. Yo les digo: sexo y violencia. Eso es lo que deben incluir en sus películas. Los jóvenes tienen que pensar en nuevas formas de incluir sexo y violencia para crisparle los nervios a mi generación.

Lesbianas
Desperate Living, mi melodrama sobre lesbianas, desató controversias. Al principio, las lesbianas no dejaron exhibir la película en muchos lugares. “¿Cómo puede un hombre hacer una comedia sobre lesbianas?”, decían. Hoy en día, las lesbianas son las primeras en mostrarla en las universidades. Hasta las minorías van cambiando lo que es políticamente correcto, si esperas el debido tiempo.

Admiración
Uno siempre necesita tener a un mal director a quien admirar. Gracias a Dios, yo he sido eso para toda una generación que respeta a los realizadores del pasado.

Estrellas quejosas
Detesto a las estrellas que se quejan como si tuvieran que bajar a una mina todos los días, como el que cada día se despierta y tiene que acudir a un trabajo que detesta. Tengo poca paciencia con las celebridades quejosas.

Almodóvar
Pedro me gusta porque sus películas tienen una aproximación sana y jocosa hacia el sexo, cosa tan poco habitual en Estados Unidos. Y sus películas forman una obra coherente, algo no demasiado fácil de encontrar. Por eso uno de los protagonistas de Cecil B. DeMente lleva tatuado en nombre de Almodóvar, a modo de tributo.

Papeles femeninos
Las películas que hice con Divine son como aquellas películas-vehículo que se hacían en los años cuarenta y cincuenta para estrellas como Susan Hayward. Divine siempre interpretó a una mujer, no como drag queen… eran papeles femeninos interpretados por un hombre. Hoy no hay muchos papeles para actrices en Hollywood, sobre todo si han pasado los cuarenta. Muchos me preguntan cómo conseguí que actrices como Kathleen Turner o Melanie Griffith aceptaran trabajar conmigo. Bueno, pensaron que el papel era divertido y que les ofrecía una gran oportunidad de lucimiento personal.

Malas críticas
Las malas críticas te pueden inspirar. Una vez leí una crítica que decía: “Si ves el nombre de John Waters en una marquesina, cruza a la acera de enfrente y tápate la nariz”. Por eso hice Polyester, una película que apestaba de verdad.

Evolución
Estoy orgulloso de mis primeras películas. Tienen una vida propia, más allá de su director. Pero me siento feliz y afortunado de no tener que hacer la misma película una y otra vez, como me podrían exigir los fans y la industria.

Mundo del cine
Cecil B. DeMente es una mirada ácida al mundo del cine, un mundo que adoro, y por eso puedo criticarlo.



Independiente
Es una palabra demasiada exquisita para describir lo que nosotros hacíamos.

Los Angeles
Me encanta ir a Los Angeles. Me divierte. Hay como una anarquía de la moda. Abusan mucho de los flecos. Me encantan las cirugías estéticas. Todos se ven tan sorprendidos. Las más exageradas se ven como litografías de Picasso, no hay necesidad de ir a las galerías de arte.

Honestidad
Siempre se ha dicho que soy un artista polémico y controversial, pero eso no es culpa mía. Quienes piensan que me gusta escandalizar con cada una de mis películas no entienden que se trata de una imagen promovida por los medios de comunicación. Pero no hay mucho de cierto en ello. Lo único diferente que hay entre mi trabajo y el que hacen los cineastas de Hollywood es el nivel de honestidad con el que trato de entender el mundo y las cosas de la vida.

Hag in a Black Leather Jacket (1964)

Con tan sólo dieciocho años, John Waters ejecuta su primera fechoría fílmica, un corto surrealista rodado en 8 mm. y protagonizado por Mary Vivian Pearce.
Filmado en y alrededor de la casa familiar de los Waters, Hag in a Black Leather Jacket retrata a un grupo de freaks: una bailarina blanca que se mete en un auto con un hombre nergo, una drag queen y otra chica que se casan por un cura del KKK en el techo de la casa familiar de los Waters.
La experiencia costó u$s 30.- fueron solventados por Papá Waters y posee acompañamiento musical de piano en vivo provisto por Mamá Waters.
Se exhibió al publico en una única oportunidad en un coffee bar de Baltimore.

Roman Candles (1966)

El segundo corto en 8 mm. de John Waters posee la particularidad de ser la primera experiencia protagonizada por Divine y Mink Stole, desde entonces integrantes del Clan Waters.
De a poco, el director va incorporando la tecnología en su cine. En este caso, a través de tres proyectores que simultáneamente muestran a una monja-drag queen fumando, un cura tomando cerveza, una mujer atacada por un ventilador y a Divine jugando al “piedra libre”.
Roman Candles es también el primer film producido por Dreamland Studios, la propia productora de Waters, fundada en 1966
Una última: hay versiones no confirmadas que acusan al clan Waters de robar material fílmico para hacer la película.

Eat Your Makeup (1968)

Un ama de llaves trastornada y su amante secuestran modelos y los obligan a posar hasta la muerte.
En este corto, filmado en 16 mm., Waters demuestra una mayor habilidad para construir la narración y el montaje es más prolijo y menos caótico.
Un punto alto del filme: la escena en la que Divine interpreta a Jackie Kennedy durante el asesinato de su esposo presidente. No hizo demasiada gracia al momento de su estreno, habida cuenta de que no había pasado mucho tiempo del atentado que conmovió a toda la nación.
Hoy en día Waters se niega a mostrar este film por considerarlo demasiado arty, o sea, muy ligado al siempre dudoso prestigio del experimentalismo y las vanguardias.

The Diane Linkletter Story (1969)

Dramatización del trágico suicidio de Diane, una de las hijas del popular actor estadounidense Art Linkletter, interpretada por.... si, por Divine.
Parece que la joven en cuestión saltó al vacío desde un piso 18, supuestamente bajo influencias del LSD, y su caso fue utilizado en la época como mensaje antidroga y para deslegitimizar al movimiento hippie.
El detalle macabro del asunto es que Waters filmó su película al día siguiente del penoso hecho.

Mondo Trasho (1969)

Finalmente John Waters realiza su primer largometraje, un ejercicio del absurdo sin diálogos, con una banda de sonido de clásicos del rock and roll de los ´50 que suena como a vinilo rayado y sólo algunos pasajes de voz en off.
Mondo Trasho muestra cómo Mary Vivian Pearce es atropellada mientras se encuentra tomando un paseo por el parque por un auto conducido por Divine, quien no es que sea una mala conductora… sólo se distrae al ver un hombre desnudo haciendo dedo. Luego dl accidente, Divine se hace cargo del cadáver y, por su buena acción, recibe la visita de la Virgen María. La chica es llevada a un doctor chiflado --interpretado por David Lochary--, quien reemplaza sus pies por otros muy feos.
Waters, a quien no le habían avisado que debía pedir permiso para filmar en exteriores, fue detenido junto a dos de sus actores por un delito menor: exhibicionismo.
Producida con tan sólo u$s 2000, el film presenta un extraño color verdoso y, al revés de lo que suele suceder con los films en blanco y negro de otros artistas, su director ha pedido a gritos que algún alma bondadosa se atreva a colorearla.

Multiple Maniacs (1970)

“Primera atrocidad en celuloide”, según el propio director, en Multiple Maniacs Divine y su amante, Mr. David, son los propietarios de un espectáculo de feria que atrae inocentes a su carpa para ver “la cabalgata de las perversiones”: una mujer chupando el asiento de una bicicleta, un tipo refregando la cara en un corpiño, otra mujer que tiene un orgasmo mientras dos chicos vestidos con ropas sadomaso le pasan sus lenguas por las axilas, un tipo quema a otro con un cigarrillo en su espalda, uno que vomita y se come su propio vómito y, al final, la gran Divine, la atracción máxima.
Mientras que los personajes bizarros se entregan con placer a sus perversiones, un grupo burgueses respetables los observan asqueados, convencidos que los desviados son los otros, y no ellos que pagan para mirar.
En una escena antológica, Divine aparece primero insultando a su público amordazado y luego empieza a dispararles al azar (anticipándose a la actitud punk de despreciar a sus fanáticos por su incondicionalidad), para luego huir por las calles alucinando que es violada por una langosta gigante de papel maché y terminar siendo masacrada por el ejército, en una extraña alusión a Vietnam.
Inspirada por los crímenes del clan Manson, Múltiple Maniacs presenta no pocos problemas en su línea argumental y es desprolija en su estructura visual. Pero es brutal en su denuncia de la moral hipócrita y anticipatoria en su crítica a esa fascinación tan norteamericana por la violencia.

Pink Flamingos (1972)

Verdadero objeto de culto del trash cinema, Pink Flamingos es a John Waters lo que Sin aliento fue a Godard y Los 400 golpes a Truffaut: un film iniciático, donde se pueden encontrar todas las obsesiones del autor: sus personajes raros, su estilo irreverente, sus escenas más asquerosas, su mirada implacable a la sociedad norteamericana.
Centrada en la batalla por el título de la “gente más repugnante del mundo”, el film enfrenta a Divine como Babs Johnson sontra Mink Stole y David Lochay como los verdaderamente malvados Connie y Raymond Marble, dos enamorados que secuestran mujeres para inyectarles semen y luego vender a sus hijos a parejas de lesbianas.
Además de atreverse a mostrar cómo le practica una fellatio a su propio hijo, Divine se hizo famoso en todo el mundo por la antológica escena en que come verdadera caca de perro.
Pink Flamingos se convirtió en uno de los films más exitosos en las célebres funciones de trasnoche, tanto en Estados Unidos como en el resto del mundo.

Female Trouble (1974)

Se podría decir que Female Trouble es el film más radical, más bizarramente político de toda su filmografía, en tanto denuncia la obsesión por la fama y la lucha por alcanzarla a cualquier precio.
En este caso, Dawn Davenport (Divine) está dispuesta a lo que sea con tal de hacerse famosa y no encuentra mejor idea que cometer un asesinato.
Condenada a la silla eléctrica y a punto de ser ejecutada, ella agradece a su público porque “sin todos ustedes mi carrera nunca hubiera llegado tan lejos”.
Como en sus films anteriores, Female Trouble consuma un acto propio de las vanguardias: identificar al artista con el asesino y viceversa.

Desperate Living (1977)

Una monstruosa comedia de lesbianas, en clave de cuentos de hadas. En Desperate Living Peggy Gravel (Mink Stole) es una enajenada ama de casa que viene de un tratamiento psiquiátrico. Luego de deshacerse de su marido huye junto con su sirviente gorda Grizelda Brown (Jean Hill) hacia Mortville, un pueblito para fugitivos regenteado por una reina despótica, Queen Carlotta (Edith Massey), donde compartirán sus días con la pareja de lesbianas que forman Muffy (Liz Renay) y Mole (Susan Lowe).

Polyester (1981)

Luego de un comienzo bucólico, Polyester muestra las desventuras de la típica familia americana. En este caso, la de los Fishpaws. Francine (Divine), es aquí una esposa engañada, maltratada y humillada por su marido (un productor de películas porno) y por sus hijos, que sufre en silencio por su exceso de peso.
Polyester es un retrato implacable de los sospechosos valores de la clase media y de sus instituciones: la del matrimonio (basado en la servidumbre de la mujer), la escuela (más preocupada por la conducta que por enseñar), la Iglesia (más interesada por la culpa que por el perdón), los medios (sensacionalistas), y los intelectuales (que leen Cahiers du cinéma mientras comen caviar).
Polyester será recordada también por utilizar el sistema Odorama, que reproduce los olores que huelen los protagonistas a través de un sistema de tarjetas que el espectador debe raspar, y con el que Waters quiso homenajear a su ídolo de juventud: el cineasta bizarro William Castle.
Antes de comenzar el film, el propio Waters aparece explicando al público cómo utilizar el sistema.

Hairspray (1988)

Ambientada en el Baltimore de los sesenta, Hairspray cuenta la historia del rock and roll, a través de la particular mirada de Waters.
Lo más interesante es su revalorización de los perdedores: en Hairspray, los héroes son los negros, los gordos, los feos y los travestis, que dejan en ridículo a los inútiles blancos rubios.
Se destacan las actuaciones de Ricki Lake como Tracy, una simpática gordita que se convierte en estrella, y nuevamente Divine, como la increíble y enorme iddishe mame de Tracy.

Cry-Baby (1990)

Homenaje en tono paródico de las películas de Elvis Presley, Cry Baby es un musical en el que John Waters retoma el tema rock and roll que había abordado en su anterior Hairspray.
En realidad, el modelo que toma Waters para parodiar es el de Grese, el compadrito (Randal Kleiser, 1978), film que a su vez emulaba los de Elvis. Por lo que se podría decir que provoca un distanciamiento en “segundo grado”, alejándose aún más del objeto original que busca parodiar.
El elenco es un verdadero seleccionado de estrellas freaks, comenzando por un melancólico Johnny Depp (poco antes de convertirse en el Joven Manos de Tijera burtoniano) como Wade Cry-Baby Walker, el chico que lleva tatuado una lágrima eterna en su mejilla. Y siguiendo con Iggy Pop, Willem Dafoe, Amy Locane, Susan Tyrrell, Ricki Lake, Traci Lords, Mink Stole y hasta Joe Dallesandro.
Cry Baby fue recibida con desconfianza por los fanáticos de Waters, sospechando una concesión comercial del rey del trash. Sin embargo, quienes observen el film en profundidad, llegarán a la conclusión de que con Cry Baby Waters ingresa al mainstream para burlarse nuevamente de él.

Serial Mom (1994)

Kathleen Turner es Beverly Sutphin, una ejemplar ama de casa, amante de los pájaros y de la armonía familiar, si no fuera porque es capaz de asesinar a sus vecinos por no rebobinar las películas que devuelven al video club o reciclar la basura como corresponde. Y hasta sus propios hijos pueden llegar a ser objeto de su castigo ejemplar si no llegan a comportarse como es debido.
En estos tiempos, en los que los criminales se han vuelto verdaderas estrellas, la presencia de la Turner encabezando el elenco de Serial Mom es toda una toma de posición de Waters respecto de su visión de la sociedad de los noventa. Quien dispara a los “inocentes” vecinos ya no es una marginal (como Divine en Multiple Maniacs) sino una más que respetable e insospechada ama de casa.
Este segundo film “comercial” de Waters fue cuestionado por sus seguidores por su abultado presupuesto (costó trece millones de dólares, la mayoría de los cuales fueron a parar a la cuenta de la señora Turner). Aunque significó un fracaso económico para el estudio que la produjo, no evitó que fuera celebrada en Cannes, donde cerró la edición 1994 de ese festival. Pero sí provocó que Waters se replanteara un posible regreso a las fuentes.
La actuación de Kathleen Turner se cuenta entre las más brillantes de toda su carrera.

Pecker (1998)

Calificada por el Japan Times como “película Disney para pervertidos”, Pecker es un homenaje a Baltimore y a las bondades de cualquier pueblo chico, frente al canibalismo y a la actitud snob de toda gran ciudad.
Pecker (Edward Furlong) lleva una vida tranquila haciendo hamburguesas para sus clientes en el bar en el que trabaja. Además de una hermana mayor barman en un local de striptease masculino, una hermana menor adicta al azúcar, padres comerciantes con mala fortuna, una abuela mística que se cree médium de la Virgen María y una novia lavandera con la que mantiene una relación precaria, Pecker tiene una verdadera pasión: la fotografía. Casi compulsivamente, dispara su cámara frente a todo lo que ve, para luego organizar pequeñas exposiciones para sus amigos en el bar. Pero su tranquila vida se verá alterada con la llegada de una representante de artistas que, de paso por el pueblo, descubre la obra de Pecker y pretende llevarla a Nueva York para exponerla en una galería.
Tal vez el más luminoso de toda su carrera, Pecker es un film de choque de culturas, que retrata la vida de un puñado de seres muy diferentes entre sí pero conviviendo en perfecta armonía.

Cecil B. DeMented (2000)

Una estrella de Hollywood (Melanie Griffith) es raptada por un comando de cineastas extremistas y rebeldes liderados por el Cecil del título (Stephen Dorff).
Cada uno de estos desequilibrados lleva tatuado en distintas partes de su cuerpo: Andy Warhol, Herschell Gordon Lewis (rey del gore), Otto Preminger, Sam Peckinpah, Spike Lee, David Lynch, William Castle, Kenneth Anger, Sam Fuller, Almodóvar y Fassbinder.
¿Cuál es el plan? Filmar una película independiente llamada Belleza arrebatadora.
Claro que, mientras tanto, se entretienen atacando a los espectadores de una sala donde están proyectando Patch Adams al grito de “Víctimas de la publicidad”, o interrumpiendo en el set donde se está filmando la secuela de Forrest Gump.
Tanta acumulación de cita cinéfila, sumada a una puesta en escena descuidada, una banda de sonido estridente, un ritmo acelerado y una sucesión de bromas más bien pobres, hacen pensar en Cecil B. DeMente como un film fallido, el primer gran paso en falso en una obra bastante coherente.
Lejos de la sutileza para condenar lo peor de la industria burlándose de ella, como Waters nos tenía acostumbrados en varios de sus films, acá todo es superficial, obvio, remanido.
Si los productores que representan a la industria aparecen como personajes frívolos, superficiales y pusilánimes, no resultan menos desagradables –y en última instancia inofensivos-- los exaltados cineastas rebeldes que se proponen como su contracara.
Así, Waters parece caer en la impensada trampa de repetir, con su propia cámara, los mismos vicios del peor cine que, supuestamente, quiere denunciar.
Resulta extraño que en este film de madurez, un cineasta perspicaz como Waters no pueda traspasar la fachada de Hollywood para ver un poco más allá, para adentrarse en las verdaderas falencias que esconde la fábrica de sueños.
Si su intención era molestar a la industria, con Cecil B. DeMente Hollywood duerme tranquilo.

A Dirty Shame (2004)

En un artículo aparecido en una revista especializada en medicina, Waters descubrió que un estudio reciente había llegado a la conclusión de que un pequeño porcentaje de personas que llegaban a recibir un golpe en la cabeza no tardaban mucho tiempo en experimentar un súbito incremento en sus deseos sexuales. Y el director creyó que con ese material podría hacerse una comedia.
Así nació A Dirty Shane, en la que un grupo de tranquilos vecinos son tomados por asalto por un grupo heterogéneo de personas que se han vuelto adictos al sexo.
Reflexión irónica e irreverente sobre la forma infantil y problemática que tenemos los seres humanos de comportarnos frente a los asuntos relacionados con el sexo, el último film de John Waters parece intentar un verdadero regreso a las fuentes.